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Luces y sombras de la protesta agrícola.

Publicado en AGRONEGOCIOS 6-03-2024

Las movilizaciones de los agricultores, obviando las actitudes violentas que en algunos casos se han producido, la literalidad de sus reivindicaciones, así como los propósitos inconfesables del epicentro de la protesta, ponen de manifiesto el descontento generalizado de los agricultores con la Política Agrícola Común (PAC.

La PAC sigue siendo la única política verdaderamente común y uno de los grandes activos de la construcción europea. Desde el punto de vista agrario, la PAC es la principal garantía institucional con la que cuenta la agricultura familiar y profesional para afrontar la amenaza que supone para su supervivencia la grave insuficiencia de renta que sufre, así como para defender sus intereses en el escenario global. Sin embargo, corre el riesgo de perder su valor si en el futuro inmediato, tanto los responsables políticos, como el propio sector, no toman las decisiones adecuadas.

Siendo loable que desde todos los ámbitos políticos y sociales se manifieste el apoyo a los agricultores, sobre todo por la empatía que ello demuestra hacia un colectivo permanentemente azotado por la adversidad, no lo es tanto que en todo se les dé la razón. Porque darles la razón en lo que no la tienen, no es la mejor manera de ayudar.

Por razones obvias, no tienen razón los agricultores cuando exigen, por ejemplo, la supresión de la Agenda 2030 o de las normas sobre bienestar animal. Una reivindicación que, por sí misma, delata el catalizador político de la protesta.

Permitir la importación de productos obtenidos mediante procedimientos que aquí están prohibidos es una absoluta incoherencia y debería corregirse siempre y cuando no afecte a la salud, porque si le afecta, no debería haber nada más que hablar.  Sin embargo, cuando las prohibiciones responden a criterios de índole exclusivamente cultural, ideológica o política, como ocurre por ejemplo con los transgénicos, o lleva camino de ocurrir con la edición genética, aún pudiendo ser tan legítimos y respetables como los de índole científico-técnica, antes de pensar en imponérselos a quienes tienen otros valores e intereses también legítimos y respetables, convendría revisar los nuestros. Más aún, cuando la UE carece de la influencia política, diplomática y comercial para hacerlo a escala global o cuando ni siquiera todos los socios comunitarios son de la misma opinión como ocurre con las llamadas “cláusulas espejo”.

Pretender que se prohíban o limiten las importaciones de cereales, como de hecho se está exigiendo, choca frontalmente con las normas y principios de la competencia y de la competitividad. Pero es que, además, hacerlo perjudicaría el interés general, así como al propio sector dado su carácter esencialmente agroexportador y donde la ganadería intensiva tiene un peso determinante.

Sobre la imposibilidad de los “precios justos” y la alternativa que ofrece la PAC para el apoyo a los agricultores me remito a mi propio artículo sobre esta cuestión. Añadir, no obstante que la mera comparación de los precios percibidos por los agricultores y los pagados por los consumidores, sin tener en cuenta los servicios aportados y su coste real es un simplismo carente del más mínimo rigor. Llevado al extremo, que es lo que suele hacerse, supone negar el propio concepto de “cadena de valor”. Existen evidencias empíricas que demuestran que la diferencia entre los precios percibidos por los productores y los pagados por los consumidores finales aumenta con el nivel de desarrollo, no porque se generalice el fraude y el abuso, sino porque las exigencias de los consumidores son más elevadas. Por tanto, sería mejor empezar a pensar que la narrativa sobre los “intermediarios”, si bien tiene la ventaja de resultar “simpática” y fácil de entender, es un mal diagnóstico del problema.

Una cosa es luchar contra las malas prácticas comerciales a través de la “Ley de la cadena”, y otra muy distinta es exigir que una ley garantice el beneficio empresarial. Del mismo modo, una cosa es luchar contra el abuso cuando se produce y otra muy distinta creer y hacer creer que en la cadena agroalimentaria rige la ley de la selva cuando lo que rige son las leyes del mercado y las derivadas de nuestro ordenamiento jurídico.

Exigir la supresión del llamado “cuaderno de campo” supone frenar el impulso de la digitalización del sector agrario. Los agricultores harían mejor en exigir la supresión de lo que de absurdo y desproporcionado tiene la normativa que regula dicho “cuaderno”. Abogar por la supresión tan sólo conduce a lo que ya ha pasado: que se ha suprimido para los perceptores de la PAC que menos dependen de la actividad agraria y que menos contribuyen a su mejora y desarrollo para que, así, aún contribuyan menos.  Si bien puede ser una medida comprensible políticamente en el contexto de las protestas, dada la mayoría numérica de quienes responden a ese perfil, el problema es que no resuelve el problema de las exigencias absurdas y desproporcionadas perjudicando con ello a los agricultores y ganaderos de verdad.

Por último, siendo de la opinión de que no todos los requisitos ambientales exigidos por la PAC están ambiental y agronómicamente justificados y de que la política ambiental de la UE carece de un presupuesto coherente con su elevada ambición, lo que no cabe rechazar es la necesaria contribución de la actividad agraria a la sostenibilidad ambiental. Un requerimiento especialmente crítico para la supervivencia de la agricultura familiar y profesional que también en esto juega en clara desventaja frente al modelo corporativo y sus expectativas de rentabilidad financiera mediante el uso de los nuevos instrumentos como, por ejemplo, los que baraja la Comisión Europea para la gestión del carbono.

La política puede y debe dar soluciones, pero sólo podrá hacerlo si los agricultores profesionales, aun siendo minoría en el propio sector, se dejan ayudar por una PAC en la que es preciso trabajar para reformarla, de verdad, en favor del modelo familiar y del resto de la sociedad.

Renta Agraria y renta de los agricultores.

Zaragoza, 21 de diciembre de 2020.

El crecimiento de la Renta Agraria en un 4,3 % avanzado por el Ministerio de Agricultura para 2020 es una buena noticia que pone de manifiesto la vitalidad de la agroalimentación española, incluso en una situación tan compleja y comprometida como la determinada por la pandemia COVID-19.

Sin embargo, es preciso señalar que la Renta Agraria (29.093 millones de euros) no es atribuible en su totalidad a los agricultores y ganaderos propiamente dichos debido a que el modelo familiar tan solo justifica una fracción de las macromagnitudes, que muestra una evolución preocupante por su comportamiento regresivo, tal y como se detalla en el artículo publicado el pasado mes de julio en Agronegocios, que justifica el apoyo político a dicho modelo.

Una PAC orientada a resultados: la importancia de la profesionalidad.

Por Joaquín Olona. Zaragoza, 23 de noviembre de 2020.

La PAC post-2020, todavía por configurar en sus aspectos prácticos, supondrá con toda seguridad cambios sustanciales en la política agraria española. Incluso, a pesar de la persistencia de quienes apuestan por el estatus quo que tanto perjudica a la agricultura familiar y a los agricultores profesionales.

El modelo familiar agrario no sólo sustenta, social y territorialmente, nuestro medio rural, sino que es al que se incorporan nuestros jóvenes agricultores por lo que, aunque sólo fuera por ello, ya merecería la máxima prioridad.

Por lo que se refiere al enfoque estratégico de la nueva PAC hay que subrayar la trascendencia que supone regular la exigencia de resultados, en los que deben traducirse los fondos aplicados, en vez de regular las intervenciones. Un reto que está por ver como se aborda también en términos de gestión.

Los resultados deben ser la expresión del logro de los 9 objetivos señalados por la Reforma de la PAC: garantizar una renta justa a los agricultores, aumentar la competitividad, reequilibrar el poder en la cadena alimentaria, actuar contra el cambio climático, proteger el medio ambiente, preservar los paisajes y la biodiversidad, apoyar el relevo generacional, mantener zonas rurales dinámicas y proteger la calidad alimentaria y sanitaria.

Difícilmente podrán lograrse resultados suficientes, y mucho menos destacables, en relación con ninguno de los objetivos citados, sin una decidida y ambiciosa apuesta por la profesionalidad de los beneficiarios de la PAC en el marco del modelo familiar. La mejora de la integración ambiental de la agricultura, que es como procede leer la ambición ambiental de la nueva PAC desde la política agraria, también requiere de la profesionalidad, por no hablar de la competitividad o del reequilibrio de la cadena agroalimentaria.

La redistribución de los fondos que debe propiciar la nueva PAC, debe ser tan prudente como para poderse llevar a cabo, como ambiciosa y audaz para favorecer la profesionalidad en su doble acepción de dependencia económica y eficacia de la actividad agraria y eficacia. En este sentido, la concreción de la definición de Agricultor genuino supone uno de los retos más importantes que afronta el Plan Estratégico Nacional en el que debe sustanciarse la aplicación de la Reforma de la PAC en España. Una definición que deberá ser coherente con la directriz comunitaria de que no responden a dicha condición (la de genuino) quienes acrediten unos ingresos agrarios poco significativos en relación con sus ingresos totales.

Sin una definición ambiciosa de agricultor genuino como único destinatario de los pagos directos de la PAC, eco-esquemas incluidos, no sólo se reduciría a mera retórica el apoyo al modelo familiar, sino que impediría el apoyo necesario a la profesionalidad y, consecuentemente, a las condiciones necesarias para el logro de los resultados exigidos.

Estamos ante la oportunidad histórica de que, en España, el presupuesto de la PAC se concentre realmente en el modelo familiar favoreciendo a los agricultores y ganaderos profesionales, que no sólo son los que más dependen de la actividad agraria, sino que son también quienes más necesitan la ayuda y la merecen en función de los objetivos de la propia Reforma. Todo ello, con independencia de los sectores productivos, de los territorios y de las modalidades de ayuda. No solo es una cuestión de justicia y de sentido común, sino también de eficacia.

Ecoesquemas y apoyo a la renta de los agricultores.

Por Joaquín Olona. Zaragoza, 15 de noviembre de 2020

El pasado 13 de noviembre escribí en un tweet que “Los ecoesquemas de la PAC deben responder a objetivos ambientales, pero no exclusivamente ambientales. También deben garantizar su contribución a la reducción de la brecha de renta agrícola. Porque la PAC debe seguir siendo una política agrícola.” Ese mismo día, alguien para mi tan apreciado y respetado como Tomás García Azcárate, cuya presentación resulta innecesaria cuando se habla de política agraria, con mucha razón escribió otro tweet invitándome a que explicase mejor mi afirmación. Este es el propósito de lo que sigue.

La equiparación de la renta de los agricultores con la del resto de los europeos, desde mi punto de vista, sigue siendo la promesa incumplida de la PAC. Lo afirmo en tanto que dicha equiparación no solo fue uno de los objetivos fundacionales de la PAC, sino que sigue figurando expresamente entre los objetivos que el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea asigna a la PAC. Pero, sobre todo, lo recalco porque los agricultores, en términos relativos y tras haberse resuelto el problema del abastecimiento alimentario con máximas garantías de calidad, seguridad y asequibilidad, siguen padeciendo la misma o parecida brecha de renta que sufrían cuando nació la PAC .

La insuficiencia de renta agraria que sufren los agricultores vinculados al modelo familiar es consecuencia de la insuficiencia de los precios en el contexto estructural del propio del modelo de agricultura familiar que encuentra en dicha insuficiencia de renta la principal amenaza para su propia supervivencia frente a un modelo corporativo en expansión que utiliza en su favor, no sólo las economías de escala sino, también, la propia PAC.

La PAC, tras el fracaso de la regulación de mercados y sin que el enfoque estructural haya logrado atacar la raíz de los problemas del modelo familiar, hace más de veinte años que apostó por el apoyo directo a la renta de los agricultores sin que tampoco haya logrado avances significativos en la mejora de la renta de los agricultores profesionales, al menos por el momento. Sin duda, debido a las excesivas adherencias sectoriales que todavía supone la herencia de las extintas Organizaciones Comunes de Mercado donde cada lobby sectorial (cereales, leche, vacuno, vino, etc.) trataba -y sigue tratando- de obtener el mayor trozo de tarta presupuestaria posible. Y sin duda, también, por la paradójica falta de atención a las condiciones socioeconómicas individuales de los beneficiarios, en particular su nivel de renta, dimensión y productividad agrícola y, por tanto, a la falta de atención a la necesidad individual de la ayuda y de la pertinencia para recibirla.

Al distribuir la ayuda pública que supone la PAC con criterios fundamentalmente sectoriales, ya sea directamente mediante pagos acoplados, o indirectamente en base a derechos históricos y criterios territoriales, en absoluto se garantiza que dicha ayuda se concentre en los agricultores profesionales cuya economía familiar más depende de la actividad agraria y, por tanto, más necesitan y merecen la ayuda. Más bien ocurre todo lo contrario: los criterios sectoriales, territoriales y de mercado configuran el escenario idóneo para la práctica de la caza de primas (Rent-Seeking) por quienes menos dependen de la actividad agraria y más alejados están del modelo familiar agrario y de la vida rural.

Sin negar la necesidad de que la PAC contribuya a los objetivos del Pacto Verde europeo, ni de que la agricultura reduzca sus impactos desfavorables, la aplicación de criterios exclusivamente ambientales en la aplicación de la PAC también configuran un terreno propicio para los cazaprimas. Sobre todo, si los servicios ambientales que pretenden remunerarse los produce por sí misma la naturaleza al margen, o con intervención mínima, de los agricultores propiamente dichos.

No todos los servicios ambientales de interés están necesariamente ligados a la actividad agraria, y mucho menos al modelo familiar. El modelo corporativo agroalimentario puede ser incluso mucho más eficaz y eficiente en la producción de tales servicios de manera conjunta a la producción agroalimentaria dejando nuevamente al modelo familiar en condiciones de inferioridad. Pero es que, además, determinados servicios ambientales pueden incluso maximizarse eliminando completamente la actividad agraria propiamente dicha y excluyendo, consecuentemente, a los agricultores. De hecho, la estrategia europea “De la granja a la mesa” establece la necesidad de reducir la superficie cultivada destinando un determinado porcentaje de la misma a fines estrictamente ambientales.

Considero preocupante que se haya renunciado a legitimar políticamente la PAC sobre la base de la brecha de renta que sufren los agricultores profesionales vinculados al modelo familiar. Entendiendo que los argumentos ambientales resulten más cómodos para unos y más prometedores para otros, no deja de ser cuestionable defender una política, la agrícola, con los argumentos de otra, la ambiental. Pero todavía es más inquietante intentar desarrollar una política, la ambiental, con el presupuesto de otra, la agrícola. Y ello en absoluto impide defender las dos al igual que, por ejemplo, defender la sanidad no implica cuestionar la educación. Porque, entre los graves problemas que afronta la Unión Europea también está el de querer liderar la sostenibilidad ambiental en el panorama mundial sin desarrollar una verdadera Política Ambiental Común, es decir, con su correspondiente presupuesto.

En este contexto político y presupuestario, las instituciones comunitarias libran un intenso debate, todavía por resolver, acerca del peso presupuestario que en la PAC post-2020 debe tener cada una de sus dos componentes esenciales: el apoyo directo a la renta[1] y los eco-esquemas, máxima expresión de la justificación ambiental de la PAC. Así, mientras el Consejo de Ministros ha acordado destinar el 20% del presupuesto del Primer Pilar de la PAC a los eco-esquemas, el Parlamento Europeo ha expresado su mayoría en favor del 30%, sabiendo que existen quienes todavía lo consideran insuficiente.

La Reforma de la PAC en curso resulta francamente prometedora en tanto que pone el acento en el apoyo a la renta de los “agricultores genuinos” propiciando con ello la redistribución de la ayuda en favor del modelo familiar y profesional agrario. Falta por ver, sin embargo, que el grueso del apoyo tenga dicho fin evitando que una definición excesivamente laxa de agricultor genuino, a concretar por cada Estado miembro, conduzca a donde condujo la definición del actual “agricultor activo”. Y falta por ver que los ecoesquemas, todavía por concretar en todos sus aspectos estratégicos y operativos garantizando que respondan a objetivos ambientales verificables con verdadero sentido agronómico, no terminen siendo la puerta falsa por la que el grueso de la ayuda termine concentrándose en quienes menos la necesitan, desde el punto de vista de la renta, y menos la merecen desde el punto de vista de la protección y defensa del modelo familiar agrario que sustenta nuestro medio rural.

Siendo una mala noticia que en el debate comunitario el apoyo directo a la renta de los agricultores se trate en oposición  a los ecoesquemas, y viceversa, resulta imprescindible que, además de corregir este desacertado enfoque, la ayuda en forma de ecoesquemas se vincule al modelo agrario familiar y profesional mediante su asignación exclusiva a la nueva figura de agricultor genuino, una vez definida de manera exigente en función de su dependencia agraria en términos de ingresos y de su contribución efectiva a la producción agraria con destino al mercado.

[1] Ayuda básica a la renta, Ayuda redistributiva complementaria a la renta, Ayuda complementaria a la renta para jóvenes agricultores y Ayuda a la renta asociada.

El reto de la agricultura familiar.

Por Joaquín Olona Blasco. Zaragoza, 8 de noviembre de 2020.

La agricultura familiar goza de un amplio reconocimiento. La FAO, que ha declarado el periodo 2019-2028 como la Década de la Agricultura Familiar, considera que se trata de un modelo esencial para la seguridad alimentaria global. La Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea declara su preferencia por dicho modelo, que también se presenta como dominante en Estados Unidos, así como en el resto de potencias mundiales.

Sin embargo, cabe preguntarse si el peso económico del modelo familiar se corresponde realmente con la preponderancia que se le atribuye. También, si su predilección institucional se traduce en políticas coherentes, más allá de la retórica.

El reciente análisis efectuado en Aragón[1] no corrobora que la agricultura familiar sea la económicamente dominante. Así, el Valor Añadido Neto o Renta Agraria imputable al modelo familiar aragonés no alcanza el 20% de la Renta Agraria total regional, lo que se explica por el elevado peso de la integración vertical que concentra el 73 % de la producción final ganadera.

Los resultados obtenidos explican que los agricultores contemplen con escepticismo la significación del indicador relativo a la Renta agraria nacional por UTA Unidad de Trabajo Año) que, de acuerdo con las Cuentas Económicas de la Agricultura, alcanzó en 2019 los 30.694 euros, superando la renta agraria de referencia fijada para dicho año, que fue de 28.885 euros. El escepticismo está más que justificado si se tiene en cuenta que, en Aragón, la renta media agraria atribuible a los agricultores del modelo familiar tan solo supone un tercio de la renta agraria de referencia. Así, no cabe cuestionar la valoración de la renta agraria nacional pero sí que se impute en su totalidad al modelo familiar que, concentrando la mayor parte de las explotaciones, tan solo representa una fracción progresivamente menor de la producción total, frente al modelo corporativo.

La recesión del modelo familiar es fruto de diversos y complejos factores que operan en su contra. Entre ellos, la falta de rentabilidad de las explotaciones familiares, traducida en una grave insuficiencia de renta de sus titulares, así como de la aplicación de políticas ineficaces, si de proteger el modelo familiar se trata.

Los enfoques tradicionales de apoyo a sectores y producciones específicas, tan fuertemente arraigados en la política agraria, así como entre las entidades representativas, no garantizan, en absoluto, que el apoyo público sea en favor del modelo familiar. Tampoco lo garantizan las obsoletas políticas de regulación de precios y mercados que, aunque abandonadas hace más de 20 años en la UE tras su acreditado fracaso y de imposible restauración en nuestro marco jurídico actual, todavía gozan de una elevada preferencia por parte de los agricultores y sus representantes.

La ayuda exclusivamente basada en pagos por hectárea o cabezas de ganado, al igual que los precios garantizados y por razones obvias, favorece al modelo corporativo frente al familiar. Pero tampoco se favorece necesariamente el modelo familiar cuando la ayuda agrícola se aplica en base a criterios y objetivos exclusivamente territoriales o ambientales.

Difícilmente podrá protegerse el modelo familiar sin tenerlo expresamente en cuenta en la política agraria, no solo en sus declaraciones, sino en la vinculación de la asignación y distribución de la ayuda a las características socioeconómicas de la agricultura familiar.

La importancia y visibilidad concedida en la PAC post-2020 al apoyo directo de las rentas de los agricultores genuinos, una vez alcanzado el acuerdo del Consejo de Ministros, así como del Parlamento Europeo, supone un importante avance en relación con la protección del modelo familiar. Falta por ver que los Trílogos comunitarios cierren una Reforma de la PAC que afronte, definitivamente y en justa correspondencia a la generación de bienes públicos, la reducción de la brecha de renta que sufren los agricultores del modelo familiar al tiempo que contribuye al reto climático y ambiental.

Pero, sobre todo, falta por ver que en España seamos capaces de aplicar la Reforma con todo su potencial, lo que exige, además de la supresión de los derechos individuales y de las referencias históricas entre otras decisiones estratégicas, una definición de agricultor genuino ambiciosa en favor del modelo familiar profesional.

Sin embargo, la agricultura familiar, que es absolutamente esencial para que nuestro mundo rural y nuestros pueblos sigan siendo como lo conocemos, difícilmente podrá sobrevivir sin la vinculación al mercado, a la tecnología y a la competitividad que debe ofrecerle la agroindustria y el modelo corporativo como fórmula de equilibro a consolidar en favor de un complejo agroalimentario económica, social y ambientalmente sostenible.

[1] Análisis del apoyo a las rentas en Aragón. Departamento de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente (Junio, 2020)https://www.aragon.es/documents/20127/33062863/An%C3%A1lisis+del+apoyo+a+las+rentas+agrarias+en+Arag%C3%B3n.+Junio+2020.pdf/09a99f6a-b2b9-d404-41c4-287019772a8d?t=1594120699870

 

Una política para la agricultura familiar.

Por Joaquín Olona Blasco. Zaragoza, 6 de septiembre de 2019.

El sistema agroalimentario, incluida la política pública que lo apoya, debe reconocer los valores sociales, territoriales y ambientales del modelo familiar agrario y apostar por él. También, por las garantías de sostenibilidad que ofrece para afrontar el reto alimentario global, derivado del crecimiento demográfico y de la reducción de la pobreza, así como para luchar contra la despoblación y el desequilibrio territorial que sufren los territorios como Aragón.

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Tan importante como defender el presupuesto de la PAC es concretar para qué y quienes se quiere destinar.

Por Joaquín Olona. Zaragoza, 26 de junio de 2018.

Resulta inadmisible que, planteando nuevos retos y exigencias, la Comisión Europea haya propuesto reducir el presupuesto de la Política Agrícola Común (PAC) poniendo en peligro incluso su fuerte carácter comunitario.  Pero el requerimiento de un presupuesto coherente con las necesidades no debe dejar en un segundo plano, y mucho menos anular, la exigencia de cambios profundos en la orientación y aplicación de las ayudas de la PAC.

La propuesta de la Comisión Europea no sólo plantea un presupuesto insuficiente, con una reducción particularmente preocupante para el desarrollo rural, sino que muestra una escasa ambición, particularmente en la redistribución de la ayuda a la renta canalizada a través de los pagos directos. Una redistribución de fondos que podría resultar inoperante en la práctica:

  1. El mantenimiento de las referencias históricas en los derechos de pago supone un pesado lastre para reasignar la ayuda con respecto a una situación actual con desigualdades injustificables, sobre todo desde el punto de vista de la equiparación de rentas así como desde la incorporación de nuevos activos jóvenes y mujeres.
  2. La reducción de pagos, sólo aplicable tras deducir al pago por hectárea el coste imputable a la mano de obra, puede no ser tal impidiendo consecuentemente que se generen fondos efectivos para redistribuir.
  3.  Los pagos directos, aplicados exclusivamente en función de las hectáreas admisibles, no garantizan que la ayuda se concentre en los «agricultores genuinos» a los que se refiere la propia Comisión Europea pero que no define. Tampoco en la agricultura familiar vinculada al territorio ni en los agricultores que más y mejor contribuyen a la lucha contra la despoblación, que la propuesta comunitaria  ni si quiera considera entre sus objetivos,
  4. Resulta cuestionable que los objetivos redistributivos y de compensación de renta, expresamente perseguidos, puedan lograrse con eficacia sin tener en cuenta la renta agrícola de los beneficiarios de la ayuda.

 

La PAC debe abandonar sus adherencias sectoriales en favor de la mejora social y estructural.

Por Joaquín Olona. Zaragoza, 24 de junio de 2018.

La Política Agrícola Común (PAC) se centró inicialmente en la regulación de los precios y mercados relativos a determinadas producciones, que evolucionaron en favor del ámbito continental (cereales, leche, carne de vacuno, azúcar y otros) frente a las de carácter mediterráneo (frutas y hortalizas, vino, aceite u ovino).

El fracaso de este enfoque fue tempranamente anticipado en 1968 por el propio padre de la PAC (Sicco Mansholt),  quien se dio cuenta de que los graves problemas estructurales de los que adolecía la agricultura europea (insuficiente dimensión de las explotaciones, carencias formativas de los agricultores o falta de canales de comercialización, entre otras)  hacían que la política de precios y mercados, aplicada a sectores específicos, fuera ineficiente y generase desequilibrios. Para afrontarlo propuso equiparar las rentas agrarias y compensar las desventajas geográficas. Sin embargo, el Plan Mansholt fue objeto de un enérgico rechazo por parte de los agricultores y tuvo que retirarlo

Aunque tímidamente, la evidencia del problema estructural hizo aparecer el apoyo para afrontarlo. Finalmente pudo consolidarse el actual Segundo Pilar destinado al desarrollo rural que, de todos modos, siempre ha sido el pariente pobre de la PAC. Pero sin que el sistema agroalimentario haya resuelto, ni mucho menos, sus graves problemas estructurales, la Reforma de la PAC ahora propuesta por el Comisario Hogan plantea un recorte presupuestario inadmisible para el desarrollo rural que debilita, todavía más, las medidas destinadas verdaderamente a la mejora estructural agroalimentaria.

Es  cierto que la nueva Reforma contempla expresamente la mejora de la renta de los agricultores con independencia del sector productivo al que pertenecen, entendiendo que la insuficiencia e inestabilidad de la renta agrícola es el reflejo sintético del problema estructural. Sin embargo, la propuesta reglamentaria de la Comisión Europea, manteniendo los pagos disociados por hectárea con la posibilidad de aplicarlos en función de referencias históricas así como una amplia gama de ayudas asociadas a determinadas producciones, mantiene todavía un importante enfoque sectorial que limita gravemente la mejora estructural de la que depende, particularmente, el futuro de la agricultura familiar.

El reto estructural planteado por el modelo familiar agrícola del que, en gran medida, depende  a su vez el futuro de nuestro mundo rural, debe abordarse en términos esencialmente transversales y con una especial sensibilidad social. Con carácter general, no deben ser los sectores quienes reciban la ayuda procedente de la PAC. Tampoco las hectáreas, ni las cabezas de ganado. La ayuda deben recibirla los agricultores. Y deben hacerlo en función de sus dificultades de renta y de su grado de dependencia agrícola teniendo en cuenta, además, su contribución a la mejora estructural en función de la productividad y de la dimensión económica de las explotaciones así como de la producción de bienes públicos de naturaleza ambiental y social.

 

 

Por qué deben eliminarse los derechos históricos de la PAC.

Por Joaquín Olona. Zaragoza, 17 de junio de 2018.

Con fecha 25 de mayo de 2018, los grupos parlamentarios Socialista, Chunta Aragonesista, Ciudadanos, Podemos e Izquierda Unida de las Cortes de Aragón acordaron, junto con UPA- Aragón, UAGA-COAG y el Gobierno de Aragón, la posición de la Comunidad Autónoma de Aragón en relación con la Reforma de la PAC.

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El acuerdo, que apuesta por una reforma en profundidad de la PAC para hacerla más justa y eficaz, señala que el sistema vigente en España de derechos basados en referencias históricas, que determinan la ayuda actual en función de circunstancias pasadas del beneficiario, no sólo resulta injusto e ineficaz sino que, dificultando también el acceso a la tierra, supone una obstrucción para el rejuvenecimiento y la lucha contra la despoblación.

Consecuentemente, es preciso comprender que la lucha contra la despoblación así como contra el envejecimiento y la desigualdad de género que lastran el sector agrario y el mundo rural, no sólo deben ser una prioridad del Segundo Pilar de la PAC sino que también debe serlo para el Primer Pilar. En particular, los pagos directos, por configurar la herramienta financiera más importante destinada al mundo rural, no sólo deben dejar de ser una obstrucción para los objetivos citados sino que deben contribuir, de manera eficaz, a su consecución.

Siendo imperativo lograr una PAC más justa y eficaz, resulta imprescindible su reforma en profundidad que, por razones obvias, no será posible sin la eliminación de unos «derechos históricos» cuya aplicación, por el momento, la propuesta reglamentaria presentada por la Comisión Europea el 1 de junio pasado deja a la consideración de los Estados miembros.

 

El futuro es de los jóvenes, si se reforma de verdad la PAC.

Por Joaquín Olona. Zaragoza, 9 de junio de 2018.

El relevo generacional exigido por nuestra agricultura así como por nuestros pueblos sólo será posible con una reforma real y en profundidad de la PAC que, entre otras acciones, elimine unos derechos históricos que perjudican gravemente a los más jóvenes así como a los territorios más desfavorecidos.

II Semana Agraria del Bajo Aragón y Matarraña en Alcorisa

Esta mañana he participado en la jornada “El futuro es de los jóvenes” que, celebrada en el Centro Cultural Valero Lecha de Alcorisa (Teruel) y organizada por UAGA-COAG en el marco de la Segunda Semana Agraria del Bajo Aragón y el Matarraña, también ha servido de homenaje a José Luis Iranzo.

Compartiendo mesa con Toño Romé, miembro de la Comisión Ejecutiva de UAGA y de COAG; Marcos Garcés, coordinador de Juventudes Agrarias de COAG y David Solano, responsable del Área de Innovación de UAGA, he hablado de la Reforma de la PAC:

  1. De la necesidad de poner la atención en su enfoque y aplicación para lograr que sea más justa y eficaz, sobre todo cuando el marco financiero propuesto por la Comisión Europea plantea 43.000 millones de euros menos para el  conjunto de la UE durante el nuevo periodo 2021-2017, que se traduce en 2.500 millones de euros menos para España.
  2. De la necesidad de una verdadera reforma en profundidad de la PAC que, viéndose favorecida por el acuerdo alcanzado en Aragón entre PSOE, CHA, Ciudadanos, Podemos, Izquierda Unida, UAGA y UPA, no se ve tanto por la poco ambiciosa propuesta reglamentaria de la Comisión Europea (CE).
  3. De la dificultad que supone  lograr una PAC más justa y eficaz con el mantenimiento del sistema de pago por hectárea como única vía de apoyo directo a la renta y, consecuentemente, de la conveniencia de introducir sistemas de compensación de renta que, incluyendo a todos los agricultores y ganaderos, resulten más justos y eficaces tal y como venimos proponiendo desde Aragón.
  4. De la previsible inoperancia de la limitación del importe de la ayuda por beneficiario (60.000-100.000 €) con el sistema propuesto ya que, por regla general, los importes de los pagos por hectárea suelen situarse por debajo de los costes unitarios imputables a la manos de obra aplicada.
  5. De la necesidad imperiosa de eliminar los derechos históricos en la aplicación de los pagos directos, que la propuesta de la CE deja a los Estados Miembros como posibilidad y, consecuentemente, de la necesidad de que España opte por su eliminación.
  6.  De las posibilidades que, en todo caso y siempre y cuando se opte por eliminar los derechos históricos, ofrece la formulación del correspondiente Plan Estratégico nacional. Todo ello en la medida que exige, entre otros requerimientos, definir la figura de «Agricultor genuino» de modo que no reciba ayuda quienes desarrollen una actividad agrícola que suponga una parte insignificante de su actividad general o cuya actividad principal no sea agrícola.
  7. Así mismo, y bajo las condiciones anteriores, las oportunidades de reforma en profundidad que exige la necesidad de dar respuesta eficaz a los indicadores considerados en la propuesta reglamentaria, en particular los indicadores de impacto que hacen referencia expresa a la reducción de la brecha de renta entre los agricultores y el resto de los ciudadanos (1.2), la reducción de la inestabilidad de la renta de los agricultores (1.3),  la reducción de las disparidades territoriales de renta (1.5) o el logro de una PAC más justa mediante la mejora de la distribución de la ayuda.
  8. De la necesidad de que quienes más dependen de la agricultura pierdan el miedo a una reforma como la que promovemos en Aragón porque sólo se hace en su beneficio.
  9. Del rechazo que merece la intención de introducir cambios con la única intención de que todo siga igual (de mal).
  10. De la necesidad de que el Gobierno de España impulse la reforma en profundidad que necesitan nuestra agricultura familiar y nuestro mundo rural. También, que la instituciones europeas hagan su trabajo de modo que la nueva PAC pueda aplicarse, tal y como corresponde, a partir de 2021.