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Gastronomía y Salud.

Joaquín Olona en la clausura del 2º Foro de Gastronomía y Salud organizado en Zaragoza por el Grupo Heraldo. 16 de Noviembre de 2016.

En el estado del bienestar, que desde la UE debemos defender con mayor convicción en el nuevo  contexto internacional, vivimos más y mejor porque comemos mejor. La buena comida, fruto de la evolución de la ciencia y del arte para prepararla, alarga y mejora nuestra vida.

La gastronomía y su vinculación a la vida saludable es, sin duda, una de las mejores tarjetas de presentación y una de las herramientas de promoción más eficaces de la marca España ante el mundo y el mercado global que se traduce en un éxito turístico y agroexportador al que, desde Aragón, queremos y  debemos seguir contribuyendo a mejorar y ampliar.

Cooperar para generar más valor y repartirlo mejor en la cadena alimentaria.

Joaquín Olona en la inauguración de la muestra de Alimentos «Made in Aragón» organizada por la Asociación de Industrias de Alimentación de Aragón en el Hipercor del centro comercial Grancasa. Zaragoza, 10 de octubre de 2016.

Para lograr una cadena alimentaria que reparta de forma más equitativa entre sus agentes el valor que genera, remunerando de forma más justa a los productores, es preciso apelar a la responsabilidad de todas las partes, también de los consumidores que son los que, con sus decisiones de compra, acaban determinando la orientación del sistema agroalimentario.

Es preciso abandonar la idea de que la distribución y el comercio son los únicos responsables de los desajustes que sufre la cadena alimentaria en relación con un valor que se genera en todos sus eslabones. También es preciso aludir a la eficiencia, que incluye la competitividad del conjunto del sistema agroalimentario. Porque no puede repartirse el valor que previamente no se crea.

Para que la agroalimentación aragonesa sea lo que debe ser y lo que merece, contribuyendo con ello al crecimiento económico, al desarrollo y al empleo, es necesario profundizar en la cooperación entre todos sus agentes.

La cooperación debe aplicarse también en materia de promoción. La colaboración entre la Asociación de Industrias de Alimentación de Aragón e Hipercor es un buen ejemplo de como trasladar los mensajes de los productores de alimentos a los consumidores, a través de un cetro comercial. Se traduce en un espacio permanente de unos 30 m2 de superficie en el que está representada una selección de casi 400 referencias de más de 60 proveedores. Esta exposición se irá ampliando y renovando constantemente para dar entrada a nuevas referencias y favorecer el lanzamiento de nuevos productos, al tiempo que será un espacio vivo con promociones y degustaciones.

 

La Carpa del Ternasco: un clásico de las Fiestas del Pilar.

Joaquín Olona en lainauguración de la Carpa del Ternasco. Zaragoza, 7-10-2016.

El «Ternasco de Aragón» no sólo es el producto estrella de la ganadería ovina sino que forma parte de nuestras señas de identidad y es un elemento sobresaliente de nuestra gastronomía. Al igual que es difícil imaginar Aragón sin «ternasco», ya no cabe pensar en unas fiestas del Pilar  sin la «Carpa del Ternasco», que este año celebra su décima edición. Se trata de un ejemplo excelente de promoción agroalimentaria innovadora que ha sabido posicionarse con visibilidad destacada en una de las citas festivas más importantes de España y de Hispanoamérica.

La ganadería ovina mantiene con el territorio uno de los pactos más antiguos y fructíferos que se puedan conocer. Sin embargo, presenta importantes dificultades y amenazas que, en vez de ser atenuadas y compensadas se ven acentuadas por un Política Agrícola Común (PAC) que maltrata a este sector. Prueba de ello es la preocupante reducción del censo ovino durante los últimos años, una situación que sólo puede revertirse mediante una reforma en profundidad de la PAC, tal y como proponemos desde el Gobierno de Aragón.

El «Ternasco de Aragón», que fue la primera Indicación Geográfica Protegida (IGP) reconocida en España para carne fresca, ofrece reconocimiento, valor añadido y utilidad, más allá de su mera conservación, a las razas autóctonas que sostienen su producción.

La Carpa del Ternasco es posible al esfuerzo, el cariños  y la ilusión del Grupo Pastores y de la IGP, que configuran uno de los mejores y más destacados ejemplos de lo que es posible lograr, incluso es un sector tan difícil como es el ovino, cuando se combina con inteligencia la cooperación y la innovación. Dos ejes imprescindibles que es preciso combinar e impulsar para lograr que la agroalimentación aragonesa sea lo que merece y lo que todos esperamos de ella.

Hacia la agricultura del conocimiento.

Publicado por Joaquín Olona en Heraldo de Aragón (4-07-2014).

Publicado en Tierras de Aragón, Revista de UAGA-GOAG; nº 211, pág. 5 (Julio-Agosto 2014). 

El enfoque vigente de la PAC priva al sector agroalimentario de los recursos e incentivos  necesarios para la inversión y la innovación. Este sector, que es un pilar económico fundamental, tiene que incorporarse a la economía del conocimiento activando la cooperación entre todos los agentes que componen la cadena de valor. Urge el desarrollo de un sistema de investigación y transferencia agroalimentaria centrado en los problemas reales del campo y de la industria.

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AGROALIMENTACIÓN: comprar caro y vender barato (J. Olona. Heraldo de Aragón 26-09-2010)

ES NECESARIO UN REPARTO DE BENEFICIOS MÁS JUSTO Y EQUITATIVO, PERO EL VERDADERO PROBLEMA, AUNQUE NO PAREZCA, ES CASI NO HAY BENEFICIOS QUE REPARTIR.

Suele ser habitual que los precios de los alimentos suban y las rentas de los agricultores bajen. No obstante, la preocupación por este problema ha motivado un interés creciente por el análisis de la cadena de valor y la formación de los precios de los alimentos. Los estudios llevados a cabo por el Observatorio de Precios de los Alimentos adscrito al Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino (MARM) ponen de manifiesto los siguientes hechos:

1)       Que lo que pagamos los consumidores finales por los alimentos suponen incrementos muy notables en relación con lo que perciben los productores.

2)       Que el beneficio global generado por los precios de venta al público de los alimentos, por lo general, es muy pequeño.

3)       Que el escaso beneficio generado por la cadena alimentaria se reparte muy mal entre sus tres  componentes fundamentales: agricultura, industria y distribución.

Por ejemplo, en 2008, el incremento que supuso el precio pagado por los consumidores finales por los filetes de cerdo supuso un 239 % con respecto al precio percibido por los ganaderos. Pero el beneficio global generado por cada euro pagado por el público (IVA incluido) tan sólo generó 0,8 céntimos. Estos pocos céntimos fueron el beneficio obtenido por el conjunto de la cadena, es decir, a repartir, entre los que crían y engordan los cerdos, los que los sacrifican y convierten en filetes y los que los ponen a nuestra disposición para que los podamos llevar al plato. ¿Cómo se repartió realmente tan exigüo beneficio? Pues bien, a los ganaderos no sólo no les llegó nada sino que tuvieron que poner dinero de su bolsillo, ya que los precios que cobraron no cubrieron sus costes. El escaso beneficio se quedó, casi en su totalidad, en la distribución, trabajando la industria cárnica prácticamente a coste.

Estos análisis ponen de manifiesto que el incremento de precios que sufren los alimentos, en relación con los que perciben los productores, es consecuencia, fundamentalmente, de unos costes verdaderamente enormes, no todos eliminables. Conviene pensar, por ejemplo, que no todo el cerdo son filetes y jamón o en la complejidad que supone obtener filetes listos para freir partiendo de un cerdo vivo.

Siendo muy grandes los costes, y muy pequeño el beneficio global, el resultado es que la industria alimentaria, como proveedora de la distribución, se las ve y se las desea para cubrir costes. Obviamente, el problema se agrava para los proveedores principales de esta industria, que no son otros que los agricultores y ganaderos.

Podría pensarse, y se hace habitualmente, que la solución está en reducir los márgenes de la distribución pensando que de ese modo llegará más beneficio a los productores. Pero conviene tener presente que la distribución ajusta sus márgenes, preferentemente y como es natural, a favor de sus clientes, es decir, de los consumidores finales, a quienes intenta atraer en una dura competencia por lo “bueno, bonito y barato”. Por supuesto que es necesario un reparto de beneficios más justo y equitativo, pero el verdadero problema, aunque no lo parezca, es que casi no hay beneficios que repartir.

Cuando la estructura de precios y costes no permite remunerar correctamente a todos los agentes de la cadena, como es el caso de la agroalimentación, los paganos son los que integran el eslabón más débil de la misma. En este caso hay dos eslabones débiles: los agricultores y, también, por su carácter atomizado, la agroindustria. Las soluciones no son evidentes ni fáciles. En alimentación nadie quiere oir hablar de aumentar precios de venta al púbico, ni siquiera aunque aumente el IVA. Sólo se admite reducir costes y ésto es justamente lo que se hace utilizando la tecnología. Pero el problema es que los agricultores se arruinan. Nuestra sociedad debe empezar a reflexionar muy seriamente sobre si verdaderamente todas sus exigencias alimentarias, algunas de ellas meramente formales, cuando no caprichosas, están verdaderamente justificadas en términos de salud y bienestar y, sobre todo, si está dispuesta a pagar lo que realmente cuestan, cosa que no hace.

¿PAGAMOS LO QUE COMEMOS? (J. Olona. Heraldo de Aragón 4-07-2010)

PENSAR QUE TODO EL PROBLEMA DEL SECTOR AGROALIMENTARIO SE DEBE A LA EXISTENCIA DE INTERMEDIARIOS DESALMADOS RESULTA BASTANTE INGENUO.

Entre 2003 y 2010 la Renta Agraria Española ha caído un 26,44%, nada más ni nada menos. Ni siquiera el efecto combinado de las ayudas comunitarias, que alcanzan los 7.000 millones de €, ni la reducción del número de agricultores en más de 100.000, han conseguido mantener la renta por agricultor, que en estos últimos siete años, en precios corrientes, se ha reducido no un 5% ni un 15%, sino un 17,25%. Esto no supone otra cosa que ampliar, todavía más, la enorme brecha existente entre las rentas de los agricultores y las del resto de los ocupados, que durante los últimos 50 años se han mantenido en una relación de 1 a 2. El impresionante incremento que ha experimentado la  productividad del trabajo agrario en estos 50 años, que se ha multiplicado por 14, ha permitido transferir, desde el campo a la ciudad, ingentes cantidades de recursos en beneficio de todos pero con lo que, a juzgar por la evolución de las rentas, poco o nada se han beneficiado los propios agricultores.

Cuando se cuestiona el mantenimiento de las ayudas agrarias es preciso tener en cuenta los datos anteriores y reflexionar muy seriamente sobre si podemos afirmar con rotundidad que no le debemos nada al campo. Y no nos podemos quedar tan tranquilos pensando que la culpa de todo la tienen unos supuestos intermediarios que, de forma abusiva, se quedan con buena parte de lo que paga el consumidor final en perjuicio del agricultor. Ésto, en su caso, sólo es una mínima y anecdótica parte de un problema enormemente complejo.

Es sabido que el mercado real admite la especulación y el abuso, pero también sabemos que difícilmente permite que un negocio siga siendo excepcionalmente ventajoso durante mucho tiempo. En otras palabras, sabemos que  cuando algo es un chollo, antes pronto que tarde deja de serlo. Por tanto, pensar que todo el problema del sector agroalimentario se debe a la existencia de intermediarios desalmados resulta bastante ingenuo.

Para acercarse a la realidad del problema hay que empezar por preguntarse si los consumidores finales pagamos el coste real de los alimentos que consumimos y si nuestra disposición real de pago es verdaderamente consecuente con las enormes exigencias que imponemos. En este punto debemos reconocer la actitud hipócrita de nuestra sociedad, que no refleja en el comportamiento real de los consumidores el estado de opinión que manifiesta. Todos, sin excepción, nos declaramos a favor del consumo de alimentos de calidad, que contribuyan a la responsabilidad social, a la protección del medio ambiente y de la cultura tradicional. Pero, ¿cuál es el criterio de compra dominante? No nos engañemos, rebuscar en los lineales lo más barato ahorrando todo lo posible, que buena falta hace. La Encuesta de Presupuestos Familiares, que publica el INE, nos muestra como el gasto en alimentación supone poco más del 12% y que tiende a la baja al tiempo que los gastos dedicados al ocio, por ejemplo, aumentan. Por otro lado, es manifiesta la preocupación de los gobiernos por el coste de la alimentación y su efecto sobre la inflación. ¿Cuántas veces hemos oído en las notiocias vincular la inflación con el precio del pollo o de las patatas? .Tampoco conviene olvidar, sobre todo para que no se repita, que la intoxicación alimentaria más grave ocurrida en España se debió a la venta ambulante de aceite de colza, fabricado para uso industrial y que atrajo la atención del público por su bajo precio.

De las acciones de mejora de la eficiencia que deben abordarse con urgencia en todos los eslabones de la cadena alimentaria, no debe excluirse al consumo final, que debe mejorar, de forma muy apreciable, su nivel de formación ei nformación. El consumidor final, es decir todos nosotros, debe ser más consciente de la dificultad y coste que supone hacer llegar los alimentos desde el campo a la mesa. En particular, es preciso que los consumidores seamos más conscientes y coherentes, también, con las exigencias ambientales asumiendo la repercusión de los costes asociados. Ésto es imprescindible asimismo para asegurar que los requerimientos ambientales que se imponen a la agricultura y a la industria alimentaria sean racionales y justificados por los beneficios derivados. Es la mejor forma de evitar arbitrariedades y caprichos que, traduciéndose en costes excesivos y perjuicios económicos para los productores, no aportan ventaja real alguna para los consumidores.