Por Joaquin Olona. Zaragoza, 30 de julio de 2018.
La política agraria debe ocuparse de que la digitalización agrícola y la Agricultura 4.0 sirvan para fortalecer y mejorar el modelo familiar del que depende nuestro mundo rural. Porque es imprescindible evitar justamente lo contrario; porque del impulso en función de otros intereses y oportunidades ya se encargan otros; y porque conviene evitar la oferta de soluciones (tecnológicas) para problemas que no existen.
Todo indica que nos encontramos ante otra nueva revolución agrícola, basada ahora en el uso hiperintensivo y generalizado que de la información y del conocimiento permiten la digitalización y las tecnologías de la información.
Sería descabellado cuestionar la capacidad de las tecnologías digitales para ofrecer soluciones a los retos agroalimentarios y rurales. Sin duda, la digitalización es un proceso imparable que cuenta con suficiente capacidad para extenderse por sí misma. Resulta cuestionable, por tanto, que deba ser objeto de apoyo público si el único propósito del mismo es que se extienda.
En nuestro contexto social y territorial, es necesario que, además de contribuir de manera ambientalmente sostenible al reto alimentario derivado de la expansión de la demanda mundial de alimentos, la agricultura también contribuya al sostenimiento de nuestro mundo rural gravemente amenazado por el despoblamiento.
Dadas las oportunidades que ofrecen los retos agroalimentarios, incluyendo el del uso eficiente de los recursos que nos exige la sostenibilidad ambiental, es muy improbable que la tecnología y el capital no respondan con éxito a los mismos. Sin embargo, es mucho más improbable que lo haga el modelo familiar, del que depende la supervivencia de nuestro mundo rural, sino recibe el apoyo necesario.
Consecuentemente, la digitalización e impulso de la Agricultura 4.0 no debería constituirse en un objetivo político con valor en sí mismo y sin otro propósito que su mera extensión. Por el contrario, la política agraria debe condicionar su apoyo a la acreditación de su utilidad para la defensa y fortalecimiento del modelo familiar de agricultura, que no sólo es el que necesitan nuestros pueblos para seguir siéndolo sino que es el más apropiado y extendido del mundo desarrollado.