Joaquín Olona. Zaragoza, 9 de marzo de 2017.
El futuro inmediato de la agricultura, sobre todo la de naturaleza familiar, depende de la incorporación de jóvenes al sector. No sólo importa el número de incorporaciones sino que los nuevos agricultores cuenten con la mejor formación agraria posible y se instalen en explotaciones viables y competitivas. Aún así, y en el mejor de los casos, los agricultores que se incorporan hoy seguirán necesitando, mañana, una política agrícola acertada que les garantice los niveles de renta que el mercado, por sí mismo y con toda probabilidad, les seguirá negando.
Las ayudas para la incorporación de jóvenes habilitadas en los Programas de Desarrollo Rural en el marco del Segundo Pilar de la PAC, suponen una herramienta eficaz para el rejuvenecimiento del sector. Sin embargo, esta eficacia se ve minusvalorada por el carácter histórico de los derechos en los que se basan las ayudas directas del Primer Pilar de la PAC que, por concentrarse en los beneficiarios de más edad, perjudica a los más jóvenes.
También es preciso corregir las deficiencias formativas de quienes se incorporan en la actualidad, que no siempre cuentan con la formación específica agraria más adecuada. Para lograrlo es preciso potenciar una formación profesional que proporcione los agricultores que necesitan las explotaciones familiares en las que se basa nuestro modelo agrícola y del que también depende en gran medida el futuro de nuestro mundo rural.
Reformar la PAC, sustituyendo los pagos por hectárea basados en derechos históricos por una compensación de rentas dependiente de la profesionalidad, de la productividad y de la viabilidad de la explotación, y perfeccionar la formación profesional agraria son dos cuestiones clave para lograr el rejuvenecimiento que necesita nuestro futuro agroalimentario y rural.