¿Habrá para todos?

Para los privilegiados del mundo desarrollado la seguridad alimentaria es garantía de inocuidad, es decir, de no enfermar comiendo. Sin embargo, para la mayoría de la humanidad consiste simplemente en poder comer a diario lo suficiente.

La portada de la conocida revista Investigación y Ciencia, en su primer número de 2012, se hacía eco de lo que en su interior calificaba como uno de los más grandes retos de la civilización: duplicar la producción mundial de alimentos durante los próximos 40 años sin causar daños irreparables al medio ambiente. La FAO ya advirtió esto hace años y el G-20 viene subrayando la importancia de la agricultura, como base de la alimentación, para la seguridad y la estabilidad mundial.

El mundo desarrollado se considera prácticamente inmune a la falta de alimentos y sus líderes, sobre todo los europeos, excluyen la agricultura cuando hablan de innovación y desarrollo económico. Las inversiones públicas en capital e investigación agraria se han reducido sin parar en los países avanzados durante los últimos 20 años.

Es bien sabbido que a mediados de siglo el mundo superará los 9.000 millones de habitantes. Sin embargo, son menos conocidas otras dos cuestiones que son las determinantes en relación con la demanda efectiva de alimentos. Se trata del vertiginoso proceso de urbanización y la reducción de la pobreza extrema. A principios del siglo XX tan sólo el 10% de la población mundial era urbana; en 2050 lo será el 70%. Los 200 millones de habitantes rurales existentes ahora en Europa, por ejemplo, se habrán reducido a la mitad en 2050. Entre 1990 y 2005 la tasa de pobreza extrema en los países en desarrollo cayó del 46% al 27% y en 2015 se prevé que baje del 15%. Sólo en China e India, entre 1990 y 2015, habrán abandonado la pobreza extrema más de 775 millones de personas.

Más habitantes, más urbanos y con mayor poder adquisitivo conlleva, inexorablamente, mayor demanda de alimentos. También más sofisticados. Durante los próximos años cientos de millones de habitantes que ahora se conforman con satisfacer sus necesidades más básicas exigirán nutrirse y disfrutar comiendo para mejorar su salud y calidad de vida, lo mismo que nosotros. Satisfacer esta demanda, que no sólo es de kilocalorías, supone verdaderamente un reto colosal. No sólo por el incremento productivo que exige, sino porque debe lograrse sin ocupar más tierras, minimizando el agua utilizada, empleando menos energía, con menos agricultores y con menor afeccón ambiental.

Hay potencial tecnológico más que suficiente para alimentar a todos, ahora y en 2050. Pero la minusvaloración de la capacidad innovadora agrícola, a pesar de las evidencias, está tan arraigada que impide superar la tradicional visión catastrófica de un mundo superpoblado incapaz de alimentarse. La verdadera amenaza alimentaria es la oposición europea al desarrollo tecnológico agrario. Porque en eso se traduce la idea dominante en nuestra sociedad de que la agricultura, y los recursos por ella requeridos, deben estar al servicio preferente del medio ambiente, de las tradiciones o de cualquier otra preferencia social o ideológica, no importa lo caprichosa que sea, antes que al servicio prioritario de la alimentación. Un discurso basado, a su vez, en la falsedad de que Europa produce más alimentos de los necesarios y el mundo todos lo que necesita. La producción mundial de cereales, que es menor de 1 kilogramo por persona y día, impide la correcta nutrición universal. El crecimiento de los rendimientos agrícolas medios mundiales, que no alcanza el 0,5% anual, resulta completamente insuficiente para luchar contra la escasez de materias primas agrícolas y la especulación que de ella se deriva.

Garantizar el acceso universal a la nutricción, la más adecuada, debería ser el objetivo prioritario al que supeditar muchas otras políticas, y no al revés. Pero lo más urgente es dejar de obstaculizar y oponerse al desarrollo tecnológico agrario, que es la herramienta esencial para compatibilizar la seguridad alimentaria y el uso eficiente de los recursos necesarios. Entre ellos el agua, las infraestructuras y las tecnologías precisas para regularla, distribuirla y convertirla en alimentos.

Publicado por J. Olona en Heraldo de Aragón (1-04-2012).

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