La urbanización del mundo y los neomalthusianos.

Hacer predicciones y equivocarse parece ser la norma, sobre todo cuando priman los prejuicios ideológicos y se abordan preguntas para las que la ciencia no tiene respuesta.

Desde 2008, por primera vez en la historia de la humanidad,  la población mundial urbana es mayor que la rural. La emigración del campo a la ciudad, que vació el mundo rural de los países desarrollados durante el siglo pasado, está vaciando ahora el de los emergentes y subdesarrollados.

En las economías desarrolladas, la agricultura y las actividades tradicionales carecen de capacidad para sostener elevadas proporciones de ocupación. La agricultura tradicional, basada en el uso intensivo de mano de obra, expulsa cantidades ingentes de trabajadores cuando se moderniza y tecnifica. En España, a mediados del siglo pasado, la agricultura concentraba la mitad de la ocupación total mientras que ahora supone menos del 4%. Las nuevas potencias emergentes están abordando ahora este proceso y, junto a otras razones, están viviendo un auténtico éxodo desde el campo a la ciudad.  En China e India, que tienen más 2.500 millones de habitantes, más de la mitad de la población activa es agraria. Con medio euro diario de renta por agricultor será inevitable que, durante los próximos años y buscando mejorar su vida, cientos de millones de chinos e hindúes abandonen el campo para instalarse en las ciudades. Ya lo están haciendo al igual que decenas de millones de personas en el Sudeste Asiático, África o Sudamérica.

Al proceso de urbanización se sumará el crecimiento demográfico, también concentrado en las ciudades de los países emergentes y subdesarrollados. Muy probablemente, a mediados de siglo, la población urbana será tanta como la población total mundial de principios del mismo. Con la urbanización el autoconsumo agrario desaparece y la demanda de alimentos se vuelve mucho más sofisticada y exigente. Pero no más generosa, porque las rentas de los ciudadanos deben hacer frente a multitud de necesidades, además de la alimentación, por las que pagar con dinero contante y sonante si quieren satisfacerlas.

La expansión de las ciudades se produce a expensas de las tierras agrícolas, normalmente las de mayor calidad, que son urbanizadas y retiradas de la producción alimentaria para siempre. Las grandes ciudades demandan también ingentes cantidades de otros muchos recursos tales como agua, energía o capitales sin que la agricultura pueda competir por ellos. La cultura urbana también es muy exigente con la conservación de los recursos naturales, que pretende permanezcan inalterados fuera de la ciudad. Así, el mundo urbanizado supone un reto colosal para la agricultura y la industria alimentaria que deben proporcionar cantidades crecientes de alimentos, cada vez mejores, más seguros y baratos pero haciendo frente a una creciente restricción de recursos.

La historia de la agroalimentación es la del continuo crecimiento de su productividad, es decir la del logro de más producto por unidad de recurso utilizado. Ha sido posible gracias a la innovación tecnológica permanente que se inició con la misma invención de la agricultura hace diez mil años. No existe ninguna razón para pensar que la innovación agroalimentaria haya alcanzado su final. Salvo que se renuncie a la ciencia, se reniegue de la tecnología o se impida el acceso a los recursos disponibles, los “neomalthusianos”, es decir quienes predicen nuevamente el colapso de la humanidad ante su propio crecimiento, seguramente se equivocan. Se equivocó Malthus en 1798 por no considerar la innovación y, hasta ahora, se han equivocado todos quienes han seguido su enfoque, que han sido muchos, por anteponer la ideología a la racionalidad. También se han equivocado quienes pronosticaron el agotamiento del carbón en el siglo XIX o el del petróleo en el siglo XX.

Hacer predicciones y equivocarse parece ser la norma, sobre todo cuando priman los prejuicios ideológicos y se abordan preguntas para las que la ciencia no tiene respuesta. Por eso conviene centrarse en problemas abordables con los medios y conocimientos disponibles. Urge, por tanto, revisar algunas de las ideas vigentes, sobre todo algunas de carácter urbano-conservacionista que, con más fundamento ideológico que científico, pueden dificultar gravemente el sostenimiento alimentario de las ciudades por negar al campo recursos tan esenciales como el agua, el conocimiento o el capital.

Publicado por J. Olona en Heraldo de Aragón (15-05-2011)

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