Joaquín Olona Blasco
Zaragoza, 11 de febrero de 2024.
El sector agrario, particularmente el del mundo más desarrollado, cuenta con una política pública específica como ningún otro sector económico tiene. Durante el periodo 2019-2022, los 51 países incluidos en el seguimiento y evaluación de políticas agrícolas que lleva a cabo la OCDE, destinaron 851.000 millones de dólares anuales a la agricultura. Una cifra récord que supuso un aumento del 22 % con respecto a los 696.000 millones de dólares anuales del trienio prepandémico 2017-2019.
El 74% de la ayuda total se destinó directamente los agricultores individuales bajo diferentes fórmulas, siendo equivalente al 14% de los ingresos percibidos por la venta de sus productos. Un indicador, este último, que varía mucho de unos países a otros. Así, mientras que en India, Argentina o Brasil fue el -20,2%, -13,2 y el -10,6% respectivamente en 2022 -el signo negativo indica que son los agricultores quienes ayudan a sus respectivos estados- en Japón alcanzó el 31,8%, en Suiza en 44,6% y en Noruega el 49,2 %. En Estados Unidos fue el 7,2% y en la Unión Europea el 15,1%.
El apoyo público a la agricultura es propio del desarrollo económico. Así, por ejemplo, China ya concentra el 36% de la ayuda agrícola total, habiendo desplazado recientemente a Estados Unidos y a la Unión Europea, que con el 15% y el 14% respectivamente, han dejado de liderar este apoyo en el contexto mundial. Así mismo, los agricultores chinos ya dejaron de financiar al Estado, como sigue ocurriendo en los países menos desarrollados, y la ayuda que perciben equivale al 13,4% de los ingresos por ventas de sus productos.
El fuerte crecimiento de la ayuda agrícola mundial, al que no ha sido ajeno la UE, ni tampoco España y sus Comunidades Autónomas -que de forma conjunta han complementado la PAC con fondos adicionales muy significativos- es la evidencia de que la política agraria ha reaccionado ante los graves problemas provocados por la COVID-19, la guerra de Ucrania y el resto de las crisis de diferente índole global y local. Otra cosa es valorar si la respuesta ha sido suficiente y, sobre todo, si ha sido la adecuada.
La opinión de la OCDE no es del todo favorable dado que sigue valorando muy negativamente las intervenciones sobre el mercado. A este respecto, viene considerando desde hace décadas, que las políticas de mercado perjudican al propio mercado y al comercio, y más recientemente, que también resultan perjudiciales para el medio ambiente. También considera la OCDE que la ayuda no se concentra suficientemente en los hogares que más lo necesitan, y que no se hace todavía lo necesario para lograr que la agricultura alcance los niveles deseables de sostenibilidad ambiental, de resiliencia frente a los riesgos naturales y de contribución a la lucha contra el cambio climático.
Resulta evidente que el sentimiento que los agricultores están manifestando en estos momentos contrasta fuertemente con el punto de vista de la OCDE. Sirva este contraste, en todo caso, para poner de manifiesto la extraordinaria complejidad que afronta la política agraria. Porque, en modo alguno cabe minusvalorar los argumentos y reivindicaciones de quienes de forma tan rotunda se quejan. Y menos todavía, cuando en muchas cosas no les falta razón. Y, porque tampoco cabe remitir al rincón de pensar a quienes tan enfadados están con las políticas a través de las que se les quiere ayudar, como ocurre en estos momentos con una PAC que se acaba de reformar.
En cualquier caso, quienes más obligados están a reflexionar son quienes desde los diferentes ámbitos supranacionales determinan las directrices estratégicas que condicionan las políticas nacionales. Pero también, y a poder ser antes de actuar, quienes en este momento tienen la responsabilidad de gobernar su respectivo ámbito, así como quienes, participando en las instituciones políticas, configuran nuestro sistema democrático. No cabe la menor duda de que lo harán; lo que hay que esperar y, si es necesario ayudar hay que hacerlo, es que se haga de forma acertada y eficaz. Todo ello exige separar el grano o verdadera naturaleza y raíz de los problemas agrícolas, de la paja que supone el populismo, la demagogia y el desconocimiento que fundamenta el oportunismo de quienes están ofreciendo a los agricultores conquistar el Paraíso.