Urge abordar la gobernanza de lo que para unos es una amenaza y para otros una oportunidad.
Ponencia de J. Olona en las Jornadas sobre Transgénicos organizadas por el Centro Ambiental del Ebro. Zaragoza, 21 de Enero de 2013.
El acentuado activismo ideológico con el que simpatiza la opinión pública, el abandono público de la I+D biotecnológica agrícola, asumida casi en exlcusiva por el sector privado, la concentración de intereses comerciales en un reducido ámbito empresarial y de soluciones comerciales así como la existencia de una política que trata de mantenerse, tanto como puede, en la periferia del asunto configuran un marco institucional que se traduce en debates distorsionados, desgobernanza e ineficiencia. Todo ello, en contraste con la consideración y aplicación de la biotecnología en los campos de la salud o de la industria, incluida la alimentaria.
La transgénesis, como tecnología, es un proceso artificial por el que una especie incorpora, de forma estable, nueva información genética procedente de otra distinta y con el propósito de adquirir cierta cualidad de interés. Pero la modificación genética, determinada por el azar, es la base de la evolución biológica así como de la mejora genética convencional aplicada en la agricultura y la ganadería. Las mutaciones, la hibridación y el flujo lateral, que es el traspaso de información genética entre especies alejadas superando las barreras reproductivas naturales, son los mecanismos que gobiernan la modificación genética en la naturaleza. Sobre ellos opera la selección natural o la artificial para dar lugar a nuevos genomas. Porque las especies no son inmutables como creía Linneo a finales del siglo XVIII sino que cambian y evolucionan.
Un gen es un segmento de ADN con la información necesaria para dirigir la síntesis de una o unas determinadas proteínas. Así, como es sabido, el ADN es el soporte de la información genética. La universalidad del ADN determina que, teóricamente, cualquier organismo pueda manifestar la información procedente del genoma de cualquier otro.
La idea de gen extraño es cuestionable puesto que hay muchos genes compartidos por especies distintas, incluso filogénicamente alejadas entre sí. Por ejemplo, en el genoma humano se han identificado más de 200 genes similares a los de las bacterias.
Conviene no olvidar que la agricultura, en sí misma, en una tecnología sujeta a un continuo proceso de mejora e innovación. La obtención de características deseables en plantas y animales es consustacial a la agricultura. Pero para que tales propiedades sean estables deben ser heredables y eso implica actuar sobre el genoma. Así la manipulación genética empezó con la agricultura hace más de 10.000 años en el Creciente Fértil. O incluso antes, puesto que el primer animal doméstico, el perro, es previo a la agricultura y deriva del lobo aplicando procedimientos de selección artificial.
Los cereales, como el resto de los cultivos y ganados, son el resultado de la modificación de ciertos genomas de partida. Hace 10.000 ó 12.000 años apareció la agricultura. Los primeros cultivos fueron la cebada y el trigo duro, el que ahora se utiliza para la pasta. Cinco mil años más tarde aparece el trigo blando (Triticum aestivum), que es el que utilizamos para hacer el pan ). Lo hace como consecuencia del cruzamiento, seguramente espontáneo, entre el trigo duro (Triticum turgidum) y una hierba silvestre (Aegilops tauschii) que nada tiene que ver con ninguno de las dos clases de trigo. En el Nordeste español el rico patrimonio de variedades tradicionales de manzanas proceden de la evolución y selección de híbridos entre Malus domestica, introducida en la antiguedad por los agricultores, y Malus sylvestris, que era la especie autóctona. El cultivo del maíz, incluido el denominado convencional o tradicional, está basado en el uso de híbridos, todos ellos artificiales que, cuando aparecieron, supusieron un nuevo genoma que antes no existía. El arroz dorado, una variedad rica en vitamina A obtenida por ingeniería genética antes del año 2000 existe pero todavía no ha sido autorizada para el consumo humano.
El perro, anteriormente mencionado, se dearrolló como especie en base a la convivencia con el hombre. Eso permitió la supervivencia de mutantes con modificaciones genéticas (genes nuevos) que, por ser perjudiciales, no habrían lograr dejar descendencia en condiciones salvajes. Algunos tipos de cáncer aparecen hasta en el 60% de los individuos de algunas razas caninas. La mayor parte de las razas actuales no tienen más de dos siglos de antigüedad habiéndose obtenido mediante selección artificial, aplicada sobre mutantes, es decir, sobre modificaciones geéticas determinadas por el azar.
La mejora genética convencional aplicada sobre plantas y animales trata de fijar cualidades de interés. Ninguna de las razas ni variedades utilizadas en la agricultura y la ganadería son fruto exclusivo de la naturaleza. Todos ellos proceden de procesos de selección o cruzamiento aplicados sobre mutantes portadores de modificaciones genéticas determinadas por el azar. Todos ellos incluyen genes que tiempo atrás no formaban parte del genoma de la especie.
En estos momentos, se cultivan en el mundo unos 150 millones de hectáreas de transgénicos agrícolas correspondientes, básicamente, a soja, maíz, colza y algodón. Estos cultivos se iniciaron hacia 1996 y han experimentando una rápida expansión, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Más del 80% de la soja cultivada en todo el mundo es transgénica; el algodón transgénico representa más del 60% del cultivo mundial. En el caso del maíz, el cultivo transgénico representa cerca del 30% y en el caso de la colza algo más del 20%. La mayor parte del cultivo transgénico es resistente a herbicidas, esencialmente a una materia activa muy concreta como es el glifosato que destruye las malas hierbas sin dañar el cultivo.
El debate actual sobre los transgénicos se centra en la seguridad para la salud, la seguridad para el medio ambiente y los derechos de propiedad.
Partiendo de la idea de que no existe riesgo biológico cero, lo cierto es que, por el momento, no existe evidencia científica alguna que demuestre que los productos genéticamente midificados (GM) autorizados tengan efectos nocivos para la salud. El riesgo potencial radica en la toxicidad o efecto alérgico de las proteínas cuya síntesis codifican los transgenes. La Organización Mundial de la Salud afirma que los organismos genéticamente modificados (OGM) deben evaluarse indiviudalmente, no siendo posible hacer afirmaciones generales sobre su inocuidad. Afirma igualmente que los alimentos GM actualmente disponibles en el mercado internacional han pasado las evaluaciones de riesgo (que son extraordinariamente exigentes) y no es probable que presenten riesgos para la salud, no habiénodose demostrado efectos sobre la salud humana como resultado del consumos de dichos alimentos.
Respecto de los riesgos ambientales, es preciso admitir la posibilidad de que la variedad GM, por diferentes causas y vías, se mezcle con la no modificada creando con ello posibles problemas y perjuicios comerciales y jurídicos. Por otro lado, en el entorno de un cultivo agrícola, sea GM o convencional, siempre existe la posibilidad de cruzamientos naturales con las especies locales biológicamente próximas así como de flujo lateral hacia el resto de las especies locales. La reducción de la variabilidad o erosión genética causada por el monocultivo así como por el uso de un reducido número de variedades comerciales que dominan el mercado no es privativo de los cultivos GM.
Pero admitida la posibilidad de que ciertos individuos silvestres de una especie cualquiera puedan recibir un transgen procedente de un cultivo GM la evolución de la frecuencia del nuevo gen en la población silvestre dependerá de su efecto sobre la aptitud biológica y ecológica de los individuos que lo han adquirido. A este respecto, la literatura científica tiene un elevado carácter especulativo. Los estudios científicos disponibles impiden extraer conclusiones generales y, al igual que en el caso de la salud, las principales agencias regulatorias del mundo recomiendan estudiar caso por caso.
Los elevados costes de I+D y de autorización están siendo asumidos en su práctica totalidad por el sector privado. Pero el hecho de que los transgénicos y la aplicación de la transgénesis a la agricultura esté en manos exclusivamente privadas es fruto de una respuesta ineficaz de la política y de la sociedad, que debería revisarse. El activismo ideológico vigente, unido a la respuesta política aplicada, generan una espiral de costes administrativos y burocráticos que, sin haber llegado a detener el proceso de expansión de los transgénicos en el mundo, sólo lo hace accesible a un número cada vez más reducido de empresas con el consiguiente riesgo de monopolización de una tecnología y de un mercado tan relevante como es el de las semillas. Una tecnología que organismos internaciones como la FAO o la OCDE animan a desarrollar sobre la base de nuevos procesos y sistemas de colaboración público-privada. Respecto de las patentes y derechos de propiedad sobre genes, moléculas biológicas y organismos vivos, admitiendo los interrogantes éticos que plantea, tampoco es una cuestión privativa de los OGM puesto que ya existen patentes y derechos de propiedad sobre las variedades convencionales.
Se hace necesario revisar en profundidad la posición política y social, facilitando el acceso a la información disponible y garantizando el rigor y la transparencia. Es preciso que los ciudadanos comprendan mejor el método científico, incluyendo sus limitaciones, así como los fundamentos biológicos más elementales en los que se basan la evolución natural, la mejora genética convencional y las nuevas tecnologías transgénicas. Es preciso aceptar las evidencias demostradas como tales, que deben diferenciarse de las meras opiniones y especulaciones. La ciencia no tiene respuestas para todos los interrogantes y el conocimiento científico raramente es completo y definitivo. Es preciso comprender y admitir que puede llegarse a demostrar la nocividad de un agente pero que es prácticamente imposible demostrar su inocuidad. También es preciso mejorar la conceptuación y aplicación práctica del principio de precaución, que no debe confundirse con la inacción por interés o temor a la decisión. Es preciso diferenciar los criterios científicos de los de carácter ético, ideológico, cultural o emocional que, siendo plenamente legítimos, también es preciso tomar en consideración. Las decisiones deben abordarse finalmente en el ámbito social y político. Pero para que tales procesos resulten eficaces y conduzcan a soluciones honestas y eficientes es necesario mejorar el escenario institucional vigente. Para ello hace falta revisar y adecuar las actuales restricciones e incentivos que rigen en nuestra sociedad en relación con la transgénesis agroalimentaria así como sus respectivas reglas y normas (formales e informales) de aplicación. Porque urge abordar la gobernanza de lo que para unos es una amenaza y para otros una oportunidad.
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