Ver la agricultura como un freno para la economía es tan equivocado como valorar el desarrollo rural como un obstáculo para el desarrollo regional.
El complejo agroalimentario y el medio rural, en contra de lo que pudiera parecer, todavía tienen mucho que aportar al desarrollo regional sostenible. Pero es necesario que la sociedad cambie su actual percepción sobre la agricultura.
Las políticas económicas vigentes dan una preponderancia, seguramente excesiva, al Producto Interior Bruto (PIB). La obsesión por el crecimiento económico y la priorización absoluta en función de la contribución a dicho crecimiento no han impedido los actuales problemas; es muy posible incluso que dicho enfoque haya contribuido a generarlos.
La evolución del PIB, y su distribución sectorial, tiene una gran importancia pero es insuficiente para valorar y organizar el desarrollo y el bienestar. De entre las limitaciones reconocidas, la que más suele citarse, hace referencia a la exclusión de determinados costes y beneficios de carácter social y ambiental como consecuencia de la dificultad que tiene el propio mercado para valorar y remunerar determinados bienes y servicios. Conviene recordar al respecto la frase de Antonio Machado: “sólo el necio confunde valor y precio”.
Con independencia del peso económico real de la agricultura en muchos municipios y comarcas así como de la importancia económica regional del llamado “Complejo Agroalimentario”, es imprescindible admitir que las actividades agrarias son la base de la sociedad rural, de su economía y de su cultura; también de muchos de los paisajes y de los ecosistemas. Presta así mismo servicios ambientales específicos tales como retención de CO2, defensa contra la erosión o protección contra los incendios. Por otro lado, el carácter estratégico de la agroalimentación, así como la importancia que tiene para la sociedad moderna la seguridad y la calidad alimentaria, están fuera de toda duda. Pero muchos de estos servicios son de difícil o imposible remuneración a través del mercado (externalidades) siendo sólo compensables a través de las ayudas.
Los mercados agrarios, por la irregularidad de las cosechas y el carácter estratégico de la alimentación, han estado regulados desde tiempos históricos, y todavía persisten las causas que justifican determinadas regulaciones. Sin embargo, no existe la misma experiencia en relación con la compensación de las externalidades asociadas a las actividades agrarias y al mundo rural en general. Dicha compensación es, sin duda, uno de los retos más importantes que deberá afrontar la sociedad a través de las nuevas políticas agrarias y de desarrollo rural en coordinación con otras políticas de desarrollo regional y de ordenación del territorio.
Si bien la Política Agrícola Comunitaria (PAC) ha hecho notables aportaciones al desarrollo de la UE, por desgracia, también ha tenido notables desaciertos. Durante años, el enfoque de la PAC, contemplando una agricultura aislada de la del resto del mundo, ha sido la eliminación de excedentes a través de la minimización de la producción. Sin embargo, tras adoptar una visión más abierta y global, ahora se apuesta, como dicta el sentido común, por la productividad y la competitividad.
Contemplar la agricultura como un lastre para la economía es tan equivocado como valorar el desarrollo rural como un freno para el desarrollo regional. Por el contrario, ambos deben considerarse como ámbitos de innovación y de productividad competitiva. Para ello se cuenta con unos importantes recursos; los más valiosos, sin lugar a dudas, son los agricultores y los pobladores rurales. También los diferentes profesionales cuya actividad se relaciona directa o indirectamente con el medio rural, entre ellos los Ingenieros Agrónomos quienes ejercen una función determinante en relación con la innovación y la transferencia de tecnología, condiciones imprescindibles para elevar la productividad, la competitividad y la calidad de vida rural.
Publicado por J. Olona. Heraldo de Aragón (10-04-2009)